Domingos de familia y cuentacuentos
Recuerdo que cuando tenía siete años solía esperar con ansias la llegada del domingo.
Los domingos eran sagrados. Estábamos todos juntos en familia, almorzábamos juntos y compartíamos un rato alegre. Pero había algo más que yo añoraba: ir a ver al cuentacuentos.
Todos los domingos a las cuatro de la tarde mi mamá me llevaba a ver un cuentacuentos en una plaza cerca de mi casa. Y yo no era la única; muchos niños estábamos en punto en el lugar para esperar el inicio del show. Era una maravilla. No había mayor lujo o efecto visual. Era simplemente un cuentacuentos, un saco de sombreros y, por supuesto, su ingenio.
La manera en que me cautivaban sus palabras y sus historias era maravillosa. Aún hoy, a mis 28 años de edad, tengo muy presente los mensajes de cada una de sus historias, los valores que me enseñaron y las reflexiones que plantaron en mí.
Sin lugar a dudas, el mundo de los cuentos es mágico. Contar cuentos es un arte. Un arte que debe ser cuidado. Un arte que deja para muchos, como yo, una huella imborrable.
Muchos estudios en el mundo califican a la narración de cuentos y la lectura a los niños como el corazón y el alma de la educación. Los cuentos son, entonces, una herramienta de enseñanza fundamental. Ayudan a formar no sólo el vocabulario, sino a los niños en sí. Lo que escuchan en forma de literatura lo recuerdan toda la vida, como yo recuerdo siempre a mi cuentacuentos de domingo.